Hoy tuve en clase una discusión con la maestra. Quería explicarle que no debería darnos pintura de "dedos" para la clase de dibujo porque muchos niños se la comen. El otro día oí en la tele, en un canal de esos de reportajes, que la pintura es tóxica y puede enfermar a quien se la tome. Le dije a la maestra que no quería pintura de dedos... pero no me dejó decir más. Me dijo que no me quejara y que hiciera mi dibujo. Y se dió la vuelta. No me escuchó.
Le exigí que me escuchara. No entiendo la extraña manía que tienen los mayores de no escuchar a los niños. ¿Es que por ser más bajitos o tener menos años no nos gusta que nos escuchen cuando hablamos?
Entonces la maestra se enfadó tanto que me castigó de cara a la pared a contar los granitos de la superficie. No entiendo este castigo. ¿En qué me va a ayudar contarlos para aprender algo? Cuando pasaron 5 minutos decidí que el número de granitos ascendía a muchíííísimo, así que dí por terminado mi castigo y me dispuse a jugar con la plastilina, pero... ay... la maestra no coincidió conmigo en suspender el castigo y me mandó nuevamente a la pared.
En esta ocasión no me sometí al sistema y le dije que no quería volver a mi aislamiento. La maestra se puso frenética y me gritó que si no estaba contenta que me fuera de allí. Se dio la vuelta y se puso a leer el periódico.
Acto seguido y ante tal falta de respeto hacia mi persona, decidí ponerme mi abrigo azul marino, coger mi bolsita con el almuerzo e irme a mi casa. Allí seguro que mi mamá me comprendería y tal vez al día siguiente fuera a reprender a la maestra opresora. Salí al pasillo, torcí a la derecha y llegué al patio. Lo atravesé con firmeza y cuando ante mí se veía ya la puerta de la libertad... Apareció otra maestra, la de los niños grandes, y sin preguntarme me llevó a mi clase cogiéndome del brazo (sí, me hizo un poco de daño, pero tenía tanto miedo que me desparecieron las palabras).
Cuando entré en la clase con aquella mujer, mi maestra se puso pálida. Tiró el periódico sobre la mesa y salió con la otra al pasillo balbuceando disculpas entrecortadas. No llegamos ninguno a escuchar lo que hablaron, sólo sé que tras mi intento de fuga y la posterior charla, la maestra no volvió a castigarme.