24 septiembre 2007

En el recreo: Un pequeño juego (PEQUEÑA CRIATURA ESCRIBE)

Creo recordar que no hace mucho les mencioné el juego de la pilla-empujada en otra de mis aventuras. Hoy me referiré a ese extraño episodio.

Como ya he comentado en diversas ocasiones, no soy muy amiga de los chicos de mi edad (exceptuando a Mengualito que es un auténtico encanto), pero a pesar de ello trato de confraternizar con ellos. Un día de esos, estaban ellos jugando a la pilla-pilla o al corre-corre, como prefieran llamarlo, cuando decidí ser amigable e intentar jugar con ellos. Las reglas son sencillas: uno persigue a los demás tratando de tocar a alguno para que, entonces, ese que ha sido tocado cubra su puesto de perseguidor. Mengualito quiso disuadirme: "Mira Pequeña Criatura que estos son muy bestias y nos van a hacer daño. Mejor vámonos a jugar al veo veo o a perseguir insectos".

Pero yo, aunque me cueste admitirlo, a veces soy un poco camota zanahoria e hice caso omiso de las sabias advertencias de mi fiel compañero. Al principio, mi escasa estatura y mis miembros pequeño y ágiles me ayudaron a esquivar a mis persecutores, pero eso de que resultara invicta una y otra vez no les debió parecer nada divertido, la verdad. Mis queridos nuevos amigos cambiaron de estrategia y pasaron de tocarse para cambiar el turno del perseguidor a meterse empujones para tirar a los perseguidos al suelo. Aún así logré zafarme de varias intentonas, pero finalmente el más gigante de ellos me metió un empellón brutal que me hizo salir despedida hacia la gravilla del patio.

¡Menos mal que rodillas y manos pararon la caída!, pensé yo. Aunque la cará de mamá al ver mis calcetas de hilo destrozadas y con sangre reseca no reflejaba la misma idea.
- "¡Hija mía! ¿Pero qué te ha pasado?".
-"Nada mamá, sólo que jugué a la pilla-empujada..."

27 marzo 2006

En el recreo: Una pequeña diversión (PEQUEÑA CRIATURA ESCRIBE)

Ocurrió la semana pasada, no recuerdo ya exactamente qué día, creo que el martes o el miércoles... No, fue el miércoles, porque recuerdo que luego del colegio íbamos a ir la yaya y yo a comprar caramelos de violeta y al parque. Digo íbamos porque mamá me castigó. Imagínense, ¡todo por entretenerme en el recreo y jugar con piedrecitas del suelo del patio de la escuela!

Pero lo contaré desde el principio, verán. A las 11 de la mañana solemos hacer un descanso en el cole y salimos a jugar al patio. No había venido mi amigo Mengualito, así que como no me llevo muy bien con el resto de chicos y chicas (ya les contaré otro día el extraño episodio de la pilla-empujada) pues me senté en un un rinconcito y me puse a jugar con las piedras. Hice montoncitos, luego montañitas luego cordilleras... pero ya empezaba a aburrirme de tantos accidentes geográficos. Cogí el extremo de mi baby y comencé a retorcerlo, es algo que hago muy amenudo cuando necesito pensar, y ¡eureka!, encontré un agujerito en el dobladillo del baby. Entonces decidí que sería divertido descubrir el numero de piedrecitas que cabrían en él, y empecé a meter la piedritas mientras contaba en voz alta para no equivocarme ni perder la cuenta: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, ... Pero llegó la maestra y nos mandó a clase. ¡Maldita sea! ¡No había conseguido llenar ni siquiera la mitad!

Pero bueno, me dirigí a clase.
Nos tocaba hacer dibujo así que pinté lo que más me gusta: El campo. Con un gran sol amarillo sonriente y montones de flores de colores y hierba verde, pajaritos y algunos árboles también. Había cogido muchas ceras de colores para el dibujo y no me apetecía ir hasta la caja a devolverlas, se acababa la clase y no había terminado el dibujo y pensaba llevarmelo a casa para acabarlo. Pero la caja de pinturas que me regaló la yaya está confiscada desde el incidente de las paredes. Entonces recordé el dobladillo. Quizá podía meter unas cuantas ceras allí y así terminar el dibujo y al día siguiente devolverlas. Las fui metiendo poco a poco. ¡Perfecto! Nadie se daría cuenta, pero.. ví encima de la mesa un rotu de color lila brillante ¡era ideal para pintar unas violetas de mi dibujo! Lo agarré silenciosamente y lo metí también en el dobladillo del baby.
Ahora el dobladillo tintineaba un poco al andar, pero con el bullicio y jaleo que armabamos al salir de clase nadie se percataría.Sonó la campana. Fui corriendo a la percha, cogí la chaqueta y la cartera y salí en estampida por la puerta buscando a mamá. Mamá me dió un beso y cuando iba a abrocharme la chaqueta... Me miró con ojos enfadados y me dijo: "¿Qué diablos has hecho para mancharte el baby de lila?"

El asqueroso rotu se debía de haber roto y una gran mancha lila se extendía por el baby. No sabía donde meterme. Mamá me quitó el baby y me puso la chaqueta y susurró que mejor lo miraba ya en casa. Respiré pensando que al menos me había salvado de la vergüenza en clase. Más tarde en casa mamá descubrió mi estrategia del dobladillo y me castigó sin caramelos y sin parque. "Tienes que aprender que las cosas valen dinero, así que de tus ahorros pagarás un baby nuevo. Y a ése no se te ocurra meterle nada en el dobladillo, ¿de acuerdo?". Asentí compungida por respuesta. ¡Maldita la hora en la que descubrí el agujero del dobladillo!

12 marzo 2006

Pimienta: una pequeña mascota (PEQUEÑA CRIATURA ESCRIBE)

Pimienta es mi amigo. Casi no recuerdo cuando llegó a casa, yo debía ser un bebé, pero mamá dice que desde entonces hicimos buenas migas. Era una bolita de pelo negro, eso sí lo recuerdo, suavecita y lanuda, como un peluche, por eso me encantaba perseguirle y tocarle. Ahora Pimienta es algo mas grandezote, aunque todavía soy más alta que él.

La yaya le puso Pimienta. Cuando llegó siendo cachorrito no paraba de estornudar y ella dijo que eso era porque había olido pimienta en la cocina. Y como la yaya es la mayor y sabe mucho, pues papá y mamá decidieron dejarle el nombre.
Me gusta jugar con él, pero sobre todo hablarle. Me escucha atentamente, como si cualquier cosa que le dijera fuera lo mas interesante del mundo. Siempre le cuento mi día en la escuela, que me riñó la maestra, si hay macarrones para comer... nunca paro de hablarle. Y él me mira torciendo su cabecita y levantando su oreja izquierda, prestándome muchísima atención, mientras le brillan sus ojillos negros inteligentemente.
La gritona dice que estoy loca, que le ando contando cosas al perro porque no tengo amiguitos. Y que soy medio tonta porque el perro no me entiende nada. Pero yo le guiño el ojo a Pimienta y él se acerca y me lame la mano. ¡Pobre gritona! No sabe que si Pimienta no le hace caso a ella o los demás mayores no es porque no les entienda, sino porque no le caen bien.

04 marzo 2006

En casa: Una pequeña artista (PEQUEÑA CRIATURA ESCRIBE)

Los mayores son totalmente imprevisibles.

El sábado pasado cuando desayunábamos todos en la cocina: papá, mamá, la gritona, la yaya y yo, mamá riñó a papá porque no habían pintado las paredes este verano cuando nos fuimos a la playa. "¡Ese blanco-grisaceo del salón es horrible!" le gritaba al pobre papá, que no tenía la culpa de que el color de la pintura se hubiera degradado. ¡Pobre papá!

Así que después de terminar mi tazón de leche subí corriendo las escaleras y esquivando a Pimienta en la alfombra llegué a mi cuarto. En el primer cajón de mi armario es donde guardo mis tesoros. Saqué de ahí la caja de pinturas que me regaló la yaya por mi cumpleaños. Es una caja preciosa: tiene acuarelas, ceras, rotuladores, pasteles, tizas... ¡parece un arcoiris! Y con decidido empeño, me puse mi babi de clase y prepare mis pinturas. Bajé silenciosamente al salón. Quería darle una sorpresa a mamá, para que no se enfadara más con papá. Preciosas margaritas amarillo chillón y naranja brillante, mariposas azules, violetas y rosas, hierba verde intenso, un gran sol sonriente... Estaba quedando genial... La gritona entro a la sala, seguramente a ver la tele, y con un estridente grito dijo: "¡¡¡La enana está pintarrajeando las paredes!!!".

Mamá y papá llegaron enseguida, por culpa de la chivata gritona, y no puede darles la sorpresa. Mamá se puso muy nerviosa al ver mis preciosísimos dibujos, casi se queda sin habla. La yaya me cogió rapidamente y me llevo a su cuarto a tomar galletas. Allí me dijo que no debía usar las paredes como lienzos, que eso no les gustaba a los mayores. Asentí mientras comía montones de galletas de mantequilla, ¡tan ricas!

Mamá estaba chillando todavía cuando bajé de la habitación de la yaya. Me asomé a la cocina y me dijo algo más calmada: "¿Por qué has hecho esto hija mía?". "Yo sólo quería darte una sorpresa..."Y papá estalló en una carcajada: "Deberías agradecerselo a la niña, al final vamos a pintar esas estupidas paredes del color que tanto querías..."Y mamá comenzó a reír también.
Estos mayores son rarísimos. Primero se enfadan por el color de una pared. Les pinto dibujos hermosísismos. Se enfadan por los dibujos. Luego ríen y deciden pintar las paredes tapando mi obra de arte. Y pretendían que yo también me riera. Decidí subir con la yaya y pegarme un atracón de galletitas. Así tal vez olvidaría ese extraño momento.

14 febrero 2006

En la clase: Una pequeña rebelde. (PEQUEÑA CRIATURA ESCRIBE)


Hoy tuve en clase una discusión con la maestra. Quería explicarle que no debería darnos pintura de "dedos" para la clase de dibujo porque muchos niños se la comen. El otro día oí en la tele, en un canal de esos de reportajes, que la pintura es tóxica y puede enfermar a quien se la tome. Le dije a la maestra que no quería pintura de dedos... pero no me dejó decir más. Me dijo que no me quejara y que hiciera mi dibujo. Y se dió la vuelta. No me escuchó.
Le exigí que me escuchara. No entiendo la extraña manía que tienen los mayores de no escuchar a los niños. ¿Es que por ser más bajitos o tener menos años no nos gusta que nos escuchen cuando hablamos?
Entonces la maestra se enfadó tanto que me castigó de cara a la pared a contar los granitos de la superficie. No entiendo este castigo. ¿En qué me va a ayudar contarlos para aprender algo? Cuando pasaron 5 minutos decidí que el número de granitos ascendía a muchíííísimo, así que dí por terminado mi castigo y me dispuse a jugar con la plastilina, pero... ay... la maestra no coincidió conmigo en suspender el castigo y me mandó nuevamente a la pared.
En esta ocasión no me sometí al sistema y le dije que no quería volver a mi aislamiento. La maestra se puso frenética y me gritó que si no estaba contenta que me fuera de allí. Se dio la vuelta y se puso a leer el periódico.
Acto seguido y ante tal falta de respeto hacia mi persona, decidí ponerme mi abrigo azul marino, coger mi bolsita con el almuerzo e irme a mi casa. Allí seguro que mi mamá me comprendería y tal vez al día siguiente fuera a reprender a la maestra opresora. Salí al pasillo, torcí a la derecha y llegué al patio. Lo atravesé con firmeza y cuando ante mí se veía ya la puerta de la libertad... Apareció otra maestra, la de los niños grandes, y sin preguntarme me llevó a mi clase cogiéndome del brazo (sí, me hizo un poco de daño, pero tenía tanto miedo que me desparecieron las palabras).
Cuando entré en la clase con aquella mujer, mi maestra se puso pálida. Tiró el periódico sobre la mesa y salió con la otra al pasillo balbuceando disculpas entrecortadas. No llegamos ninguno a escuchar lo que hablaron, sólo sé que tras mi intento de fuga y la posterior charla, la maestra no volvió a castigarme.

12 febrero 2006

Saludo

¿Hola?... (¿seguro que habrá alguien allí escuchándome?... Vale... entonces hablo).

¡Hola! Me llamo Pequeña criatura y tengo 5 años. Mi mamá no sabe que escribo aquí, una amiga (una adulta) me ayuda a escribir aquí, porque yo no entiendo mucho de ordenadores. Si mi mamá se enterara de que escribo aquí se enfadaría, porque no le gusta que haga "cosas de mayores". Quiere que juegue con mis juguetes y nada más, pero yo me aburro. Bueno, ya me tengo que ir, mi mamá está a punto de llegar. Me despido, pero espero que hasta pronto.