Creo recordar que no hace mucho les mencioné el juego de la pilla-empujada en otra de mis aventuras. Hoy me referiré a ese extraño episodio.
Como ya he comentado en diversas ocasiones, no soy muy amiga de los chicos de mi edad (exceptuando a Mengualito que es un auténtico encanto), pero a pesar de ello trato de confraternizar con ellos. Un día de esos, estaban ellos jugando a la pilla-pilla o al corre-corre, como prefieran llamarlo, cuando decidí ser amigable e intentar jugar con ellos. Las reglas son sencillas: uno persigue a los demás tratando de tocar a alguno para que, entonces, ese que ha sido tocado cubra su puesto de perseguidor. Mengualito quiso disuadirme: "Mira Pequeña Criatura que estos son muy bestias y nos van a hacer daño. Mejor vámonos a jugar al veo veo o a perseguir insectos".
Pero yo, aunque me cueste admitirlo, a veces soy un poco camota zanahoria e hice caso omiso de las sabias advertencias de mi fiel compañero. Al principio, mi escasa estatura y mis miembros pequeño y ágiles me ayudaron a esquivar a mis persecutores, pero eso de que resultara invicta una y otra vez no les debió parecer nada divertido, la verdad. Mis queridos nuevos amigos cambiaron de estrategia y pasaron de tocarse para cambiar el turno del perseguidor a meterse empujones para tirar a los perseguidos al suelo. Aún así logré zafarme de varias intentonas, pero finalmente el más gigante de ellos me metió un empellón brutal que me hizo salir despedida hacia la gravilla del patio.
¡Menos mal que rodillas y manos pararon la caída!, pensé yo. Aunque la cará de mamá al ver mis calcetas de hilo destrozadas y con sangre reseca no reflejaba la misma idea.
- "¡Hija mía! ¿Pero qué te ha pasado?".
-"Nada mamá, sólo que jugué a la pilla-empujada..."
Como ya he comentado en diversas ocasiones, no soy muy amiga de los chicos de mi edad (exceptuando a Mengualito que es un auténtico encanto), pero a pesar de ello trato de confraternizar con ellos. Un día de esos, estaban ellos jugando a la pilla-pilla o al corre-corre, como prefieran llamarlo, cuando decidí ser amigable e intentar jugar con ellos. Las reglas son sencillas: uno persigue a los demás tratando de tocar a alguno para que, entonces, ese que ha sido tocado cubra su puesto de perseguidor. Mengualito quiso disuadirme: "Mira Pequeña Criatura que estos son muy bestias y nos van a hacer daño. Mejor vámonos a jugar al veo veo o a perseguir insectos".
Pero yo, aunque me cueste admitirlo, a veces soy un poco camota zanahoria e hice caso omiso de las sabias advertencias de mi fiel compañero. Al principio, mi escasa estatura y mis miembros pequeño y ágiles me ayudaron a esquivar a mis persecutores, pero eso de que resultara invicta una y otra vez no les debió parecer nada divertido, la verdad. Mis queridos nuevos amigos cambiaron de estrategia y pasaron de tocarse para cambiar el turno del perseguidor a meterse empujones para tirar a los perseguidos al suelo. Aún así logré zafarme de varias intentonas, pero finalmente el más gigante de ellos me metió un empellón brutal que me hizo salir despedida hacia la gravilla del patio.
¡Menos mal que rodillas y manos pararon la caída!, pensé yo. Aunque la cará de mamá al ver mis calcetas de hilo destrozadas y con sangre reseca no reflejaba la misma idea.
- "¡Hija mía! ¿Pero qué te ha pasado?".
-"Nada mamá, sólo que jugué a la pilla-empujada..."